Pasa en las mejores familias.

Publicado el 19 de Noviembre de 2014 en VANGUARDIA para la campaña de LEER MATA.

http://www.vanguardia.com.mx/pasaenlasmejoresfamilias-2206287.html

      Al amanecer de aquel último día de su amorío, él permaneció como cosa inanimada en nuestra cama al lado de ella, así como amanecen los hombres luego de una larga noche pasional. Le resultó un conveniente alivió mi salida de días antes para un viaje de trabajo, también le facilitó las cosas el que nuestros hijos estén en una edad en la que ya no necesitan de ella para todo, pero que donde todavía en su inocencia, no les interesa unir cabos para entender porque mamá había estado tan rara a últimas fechas, como ausente.



   Luego supe que para ella fue una sensación agridulce: decidió que aquella noche pondría punto final a su fantástica y apasionada relación. Y es que sin excepción alguna, todos los finales dejan vacíos y ciertamente hay cuestiones para los que concluirlas nada tiene que ver con alcanzar una meta. Dicen que el ansiado premio o la evasiva recompensa siempre hay que buscarlos en el camino porque como ya sabemos, en esta vida, al final no puedes volver atrás. Aunque para este caso en particular ella si podría regresar si así lo decidiera; pero, ¿Querría hacerlo?


     No la culpes por gozar al máximo de ese placer que, aunque está al alcance de casi todos, no todos saben disfrutar en la vida; de eso que a veces se hace sin pensar pero que es mil veces más disfrutable si se hace con plena conciencia, de algo que por lo general hacemos en la cama, pero que igual lo hicimos en todas partes: desde el viejo sillón de la casa de sus padres hasta en algún olvidado rincón de una oficina pública; de eso que en algún momento de la vida, hay quienes lo hacen más por obligación que por placer, y que se convierte en un falso placer hacerlo en la pegajosa arena de una playa. Pero volvamos al cuento:


    Como venía siendo desde semanas atrás, pero sin duda por última vez, todo el día esperó ansiosa a que llegase la noche para entregarse de nuevo a él. Presurosa y no sin cierta culpabilidad despachó a nuestros hijos para el colegio con rapidez y un poco más tarde salió a trabajar sin poner en su arreglo personal la atención que le caracteriza desde su aún atisbada juventud. También igual que a últimas fechas, mal hizo sus tareas en aquella jornada laboral dónde se sorprendió una y otra vez imaginándose sobre nuestra cama con su reciente, efímero, y ya pronto, extinto amor. Sus pensamientos regresaban a él en automático y no la dejaron concentrarse en nada ni en nadie. ¿Es eso normal?


     Ya le había pasado con anterioridad en más ocasiones de las que puede recordar. De hecho, hoy sé de otro intenso amorío que tuvo pocos días antes de nuestra boda. En esa ocasión arguyó los clásicos nervios de novia para mantenerme alejado en las vísperas, y así se entregó a un amor alternativo. Distintas e ingeniosas salidas y explicaciones encontró otras veces, y una y otra vez se salió con la suya ante mí, creyendo que nunca me percaté de su falta de atención cada vez que se enredaba. Y siempre hubo una constante: Desde un primer contacto ella se dejaba envolver por ellos y conforme más los conocía, menos los podía dejar. Pero no le juzgues tan duro, estimado lector. ¿Quién lanza piedras a una mujer por ser apasionada?


   Y se hizo de noche. Llegó presurosa a la casa donde otra vez atendió a nuestros hijos con más prisas que conciencia, poco caso puso en el contenido de las tareas a revisar y, distraída, estampó la rúbrica en los trabajos de los vástagos para poner fin al día convencional; y tuvo un sentimiento de culpa al mandarlos a dormir temprano siendo que ellos terminaron sus deberes y deseaban mirar la televisión. Ni siquiera vio su teléfono móvil para consultar mensajes en toda clase de redes sociales; más de cien mensajes en una decena de conversaciones se quedaron sin leer hasta el siguiente día, incluido ahí un mensaje mío, dónde le informé que ya venía de camino en un regreso días antes de lo previsto.


    Una vez más y sin saber de mi regreso, abrigó culpabilidad al sentirse agradecida por la conveniente falta del marido ausente. Pero de cualquier modo, sabía que tenía una cita en nuestra misma cama y que nada en el mundo echaría abajo sus planes.

    Pero ya estaba yo ahí, espiando a través de las ventanas. La vi entrar en nuestra recamara y con aire de coquetería fingió no verlo. Pasó de largo hasta el vestidor y tras breves minutos apareció con sus prendas preferidas para la ocasión. Ya no fingió, le clavo los ojos y le observó por última vez junto a nuestra cama: Imponente, interesante, robusto, y con un clavel en la solapa. Entonces fue que lo tomo entre sus manos, y se recostó. Y luego de un prolongado suspiro, abrió su libro para empezar a leer el cápítulo final de esa historia que tanto le apasionó desde la primera vez que hojeó aquella obra. Sigiloso, entré en la casa y sin que ella se diera cuenta me recosté en el sofá, y deje que disfrutara de su amor a los libros y el placer de la lectura mientras yo descansaba de mi viaje.
cesarelizondov@gmail.com

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