Yo soy taxista, y transportista, y....

Publicado el 15 de Febrero en 360 la Revista, de Vanguardia

      Esta semana nos tocó quejarnos de los taxistas. Caos vehicular causado por los bloqueos de los choferes de los autos de sitio, que sumado a las molestias ya padecidas por las obras públicas en materia de tránsito, hicieron que los saltillenses experimentáramos algo así como el día de furia de Michael Douglas. Meses atrás, los taxistas eran parte de la población que se quejaba porque los maestros no dejaban pasar a los vehículos por manifestarse. Y en algún tiempo pasado, taxistas y maestros se unían al clamor popular que condenaba las manifestaciones de los transportistas en la vía pública.

    Todas las anteriores manifestaciones en busca de mejoras o no afectaciones a sus condiciones económicas de trabajo. Considero que las manifestaciones por motivos de justicia social o judicial deben ser analizadas desde distintas perspectivas a las que son movidas por cuestiones económicas, pero en el fondo todas las manifestaciones luchan por lo mismo: Dignidad.

     Como intenté ilustrar en el párrafo inicial, no existe persona, gremio o grupo que tolere el que otros afecten su garantía constitucional de libre tránsito al chocar esta contra el derecho de esos otros a manifestarse. Pero nos queda claro que cuando son nuestros intereses los amenazados, si es correcto y justo tomar las calles para presionar a las autoridades.

     Y aquí aparece la crítica de Maquiavelo citando a Julio César: Divide y vencerás. Y es que si fuera posible hacer coincidir en tiempo y espacio todas las manifestaciones de todos los que tenemos algo que reclamar, veríamos que no quedarían autos circulando a los cuales afectar. Todos estaríamos solidariamente enarbolando diferentes banderas en calles y plazas.

    Y en ocasiones somos tan ingenuos creyéndonos agraciados, que ni siquiera nos damos cuenta de dónde ha sido sembrada la semilla de la desunión: En las nefastas concesiones. Llámale concesión de taxi, concesión de transporte público, planta o plaza laboral, estación de radio o televisión, explotación o venta de gas, agua, gasolina, tiempo aire o lo que se le ocurra a la autoridad.

     En principio, una concesión es otorgada por el gobierno para que un particular ofrezca servicios a la comunidad aprovechando los recursos, equipos, infraestructura y cualquier tipo de obra o bien público. Por supuesto, también existen concesiones en el ámbito privado como atender la cafetería de la escuela, otorgar el servicio de transporte de material o humano, tener un franquicia o distribución protegida de algún producto o servicio, etcétera. Y todo tipo de concesión es un pequeño cáncer en la economía porque es prima de ese terrible grillete llamado monopolio. La concesión genera incompetencia.

      Y la incompetencia genera carestía en las cosas y su empobrecimiento en calidad. Hemos visto como ante la nula (gracias a Dios) regulación oficial de las redes sociales y el internet, un mercado libre de oferta concesionada ha conseguido que los medios electrónicos tradicionales mejoren sus contenidos noticiosos acercándose más a una verdad objetiva que a esa verdad subjetiva que antes ofrecían y que hoy las redes desenmascaran. De aquí volvemos a nuestros amigos taxistas.

     Entonces, ¿Qué pasaría si un día desaparecen las concesiones de taxis? Nada malo. El buen taxista no tendría que renovar ante la autoridad un oneroso permiso en actitud sometida; ni esa misma licencia, permiso o concesión asemejaría en sentido figurado una forma de guillotina. El auto en si, no es propiedad del estado y en estricto apego a derecho, si un taxista está inscrito en algún régimen fiscal y cumple con sus obligaciones, no debería existir reglamento que le impida dar un servicio de transporte regido por la oferta y la demanda. Igual con el transporte urbano y un sin número de concesiones.

           En cada oficio hay buenos y malos oferentes por la naturaleza humana, pero los servicios no debieran ser malos de nacimiento por los vicios en la forma de manejar la administración pública en México. Por eso me uno a los taxistas, transportistas, maestros y demás manifestantes recurrentes que entienden la concesión como un lastre sujeto a infinitas normatividades que lejos de beneficiar al mexicano, solo perpetúan la sumisión ante la autoridad de oferentes y consumidores.

     Menos concesiones y más libre competencia es como los autobuses, taxis y demás servicios podrían ser normados por la calificación del usuario en forma de mayor demanda y pago justo en función de la calidad ofrecida al cliente, y no por la cantidad de votos depositada en las urnas.

cesarelizondov@gmail.com



      

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