Desafiando el peligro

Publicado el 22 de Septiembre de 2006

Valente Arellano, aquella joven promesa taurina, dijo alguna vez que su destino era morir en los cuernos, lo decía en un sano doble sentido: Morir en la arena ante un toro ó hacerlo en lo que él mismo reconocía como su verdadera pasión, a bordo de su motocicleta. A mediados de 1984, el joven novillero de diecinueve años tomó la alternativa de manos de Eloy Cavazos para convertirse en matador en una abarrotada Plaza Monumental Monterrey. Aquel domingo, cortó una oreja en una corrida que muchos pensaron sería el inicio de una exitosa carrera que equipararía ó rebasaría los logros del saltillense Fermín Espinosa Armillita. Exactamente dos meses después, el cuatro de Agosto de ese mismo año, el torero originario Torreón, la última gran promesa de la fiesta brava en nuestro país, murió en los cuernos de su motocicleta al estrellarse en un desafortunado accidente que a más de veinte años de distancia siguen lamentando en cada Peña de México.

Por otro lado, en las últimas fechas ha sido ampliamente difundida la noticia de la muerte de Steve Irwin sucedida hace algunas semanas; el australiano, mejor conocido como el cazador de cocodrilos, fue herido de muerte por una mantarraya mientras filmaba algo para un nuevo programa televisivo en el que su hija sería la conductora.

La vida, pero sobre todo la forma de dejarla de Valente Arellano y Steve Irwin, es una constante en miles de personas que diariamente se enfrentan a peligros que la mayoría de los mortales preferimos evitar por diversas razones. Todos hemos escuchado las historias de los escapistas que perecen ahogados en una alberca al no poder deshacer los nudos que los amarran; hace doce años vimos por televisión como uno de los más grandes corredores de Fórmula Uno, el brasileño Aytron Senna, se impactaba con la barra de contención de una pista para morir minutos después a causa de las heridas; también nos enteramos continuamente de personas que fallecen por percances en deportes extremos, enfrentamientos con animales ó por esfuerzos físicos que van más allá de la capacidad de resistencia del cuerpo humano; todo por los quince minutos de fama que no saldan los años que se les roban a los seres queridos.

De una forma parecida en los acontecimientos diarios, arriesgando menos que la vida pero sí algo que vale la pena cuidar como lo es el prestigio del nombre que cada uno se forja, muchas veces escogemos la vía del riesgo en la batalla cotidiana para alcanzar el éxito. Emprendemos aventuradas acciones que a ojo de buen cubero tienen la posibilidad de convertirse en realidad pero que si son analizadas a una distancia que permita ver todo el panorama, se cae en la cuenta de que tarde ó temprano, como reza el refrán, terminaremos quemados por jugar con fuego.

Cuando asumimos los riesgos, siempre existe una contraparte que nos cobrará la factura en caso de que nuestros cálculos sean erróneos; si se trata de la evasión fiscal, hacienda nos hará ver nuestro error; si el estudiante es muy afecto a los acordeones, el maestro (si no es de música), tendrá la facultad de reprobarlo en la materia; si desafiamos a las instituciones, la aplicación de la ley nos aplastará en algún momento; si el empresario no puede eficientar su negocio, las leyes de la oferta y la demanda se encargarán de borrarlo del mapa; si un Estado insiste en pelear con la federación, el gobierno entrante siempre manejará una prudente distancia, aún en la mutua conveniencia por tender puentes temprano; y por supuesto, si se escribe lo que nadie esta interesado en leer, el espacio se puede acabar.
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