¿Santa Claus existe?

Publicado el 14 de Diciembre de 2014 en 360 La Revista, de Vanguardia

      Para Gilberto A. y familia, que recién pasaron por esto.

   -Papá, ¿Santa Claus existe?-

   -¿Qué dijiste?- respondí. Había escuchado perfectamente la pregunta pero trataba de ganar tiempo en ese ordenar de ideas para lograr dar con la respuesta adecuada para la duda existencial más importante de mi hijo durante la primera etapa de su vida.

   -Es que en la escuela me dijeron mis amigos que Santa Claus no existe, que tú eres quién me compra los regalos, que los escondes para que no los vea, y que, en algún momento de la Noche Buena, te las arreglas para ponerlos debajo del árbol navideño para que yo los encuentre al despertar por la mañana.

   -Bueno hijo,- le dije- te voy a decir la verdad, espero que la comprendas:

    Una parte de la misión de mi vida tiene que ver con ser tu padre, y lo más importante de esa parte es velar por tu felicidad, lo cual va estrechamente ligado a tu formación como ser humano. A grandes rasgos, la formación se da en base a principios que cada familia escoge o privilegia, y los nuestros han sido vivir en la realidad; esto quiere decir que hemos escogido llevar una vida de acuerdo a nuestra condición económica, social, cultural, religiosa y familiar. Esta forma de llevar las cosas a menudo nos impide obtener todos aquellos satisfactores materiales, emocionales o espirituales que deseamos y en ocasiones incluso, necesitamos.

     Así, como tengo que mantener una disciplina durante todo el año para cuidar de nuestro presente y el incierto futuro, me es imposible darme el lujo de comprar felicidad cuando en el supermercado me pides que llevemos el juguete que tanto te ha gustado; o cuando apruebas tus calificaciones en la escuela y mi primer impulso es darte una recompensa por tu esfuerzo, pero termino por admitir que tener éxito en los estudios no debe ser una cuestión de excepción, sino de obligación; o cada vez que salimos en familia, hago grandes esfuerzos para no caer en la sugestiva trampa de comprometer los recursos que están destinados para seguir subsistiendo en nuestro ámbito; igual pasa cuando planeamos que hacer con el tiempo de vacaciones, donde invariablemente ajustamos buena parte de esos días para que realicemos tareas que no son de tu completo agrado, pero que debemos alternarlas con el ocio y esparcimiento; o cuando tú y tus hermanos se quedan en espera de que su padre abandone el trabajo para jugar todo el tiempo con ustedes.

      En suma, mi labor como padre se asemeja mucho más a la de alguien que pone las trabas, de alguien que tiene siempre la encomienda de ser el aguafiestas, de poner el contrapeso que impide que todos los impulsos y deseos se hagan realidad. Pero todo, hijo mío, aunque hoy te parezca una gran y ridícula mentira, es en la búsqueda de forjar seres humanos felices que sean dignos de vivir en este mundo.

      Es por eso, que con el paso del tiempo los jefes de familia hemos tomado como pretexto el nacimiento del niño Jesús para poder romper por una sola ocasión al año el yugo que frena los deseos que nacen de muy adentro del corazón, pero que por responsabilidad debemos contener en la mayoría de los casos. Es de alguna manera simbolizar con regalos lo que con palabras y aparentes buenas acciones no alcanzamos a decir todos los días, es tratar de equilibrar en una fecha lo que durante toda la vida nos hace parecer duros, avaros, exigentes. Es por eso que hemos inventado un personaje inspirado en alguien que efectivamente existió, porque así, cuando nos transformamos en Santa Claus o Papa Noel, podemos lograr lo que nuestra condición de padres de familia nos impide hacer normalmente: Dar rienda suelta a nuestros impulsos y deseos por demostrar materialmente amor a nuestros hijos sin restricciones y sin caer en la complacencia de una deficiente formación humana.

     Es por todo lo anterior hijo, que lo que te dijeron es en parte verdad ya que efectivamente soy yo quién consigue tus regalos cada navidad; pero también es cierto que Santa Claus existe, y es que en tu caso soy yo. Así es que recuérdalo siempre: Seguiré cumpliendo mi deber de procurarte la mejor formación por más difícil que esto sea para ambos, pero también debes saber que durante toda tu vida, el mejor regalo no será el ostentoso o modesto juguete que recibas del decembrino Santa Claus, sino el testimonio de amor que tendrás de tu padre día tras día durante todo el año.

       Pero también quiero que sepas algo más, y es que como tu padre, siempre conservaré para ti guardado ese disfraz rojo de las botas negras, con la barba blanca y las botonaduras de oro.


cesarelizondov@gmail.com

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