Día de la Mujer

Publicado el 08 de Marzo de 2008

Cuando falleció mi padre, en el velorio se acercó a mí una mujer madura, la identifiqué inmediatamente como una de esas damas de alta sociedad que ocupan buena parte de su tiempo en cuestiones religiosas, es del tipo de personas que frecuentemente son calificadas como de golpe de pecho en tono despectivo. Aquella señora me explicó que una vez que los signos vitales de mi padre dejaron de funcionar, había que reconocer que no existía recurso terrenal para hacerlo regresar y que lo mejor que podíamos hacer era cobijarnos bajo nuestras creencias para saber que ahora él estaba en un estado superior al que nuestra capacidad comprende. Me dijo que lo que ella me ofrecía, era rezar para que mi padre estuviera en el mejor lugar y para que mi familia encontrara resignación. Durante los siguientes días recibí muestras de afecto de las personas que en vida acompañaron a mi padre, pero ninguna palabra ni la mejor homilía que pudo haber hecho un sacerdote me dio tanto consuelo como saber que aquella dama que no había tenido relación alguna con mi padre oraba por su alma y por nosotros.

Durante mi adolescencia y juventud, en las vacaciones de verano, semana mayor y navidad, mi tía Rima me daba oportunidad de trabajar en sus negocios a fin de allegarme algo de dinero para poder conseguir algunas cosas que estaban fuera de la responsabilidad que en casa tenían hacía mi como hijo. Un sábado de Diciembre, pedí permiso a mi tía de faltar por la tarde ya que la temporada de fútbol americano estaba en su apogeo y quería ver el partido de mi equipo favorito por la televisión. En el papel de patrón, ella me aclaró que mi compromiso era trabajar un horario completo y que el negocio necesitaba de mis servicios en esos días, los más importantes del año en el ramo comercial; luego, como familiar me ofreció grabar el juego en su video casetera y regalarme el video para verlo por la noche. Años después tuve la oportunidad de estudiar en una de las mejores universidades del país, ninguna lección teórica me ayudó más en mi vida profesional como lo aprendido durante aquellos veranos, pascuas y navidades en la zapatería de mis tíos: El trabajo no da tregua en nuestras responsabilidades, pero como personas debemos encontrar alternativas que fomenten el humanitarismo.

En mi preparatoria, escuela católica y mixta, era común ver la debilidad de los maestros cuando algunas alumnas utilizaban ridículos argumentos de género para convencerlos de mejorar sus notas. Pero había una compañera que siempre trabajaba duro por sus calificaciones y que jamás pretendía obtener más de lo que era justo, nunca utilizó su condición de mujer para que los maestros manejaran un parámetro diferente al de los varones para calificar sus trabajos. Hoy, aquella compañera tiene una impresionante carrera en el sector público por méritos propios, sin necesidad de ser beneficiaria de lo que hoy llaman discriminación positiva.

Dicen que educar a una mujer es educar a una familia, y por extensión a la sociedad. Los casos anteriores son solo tres ejemplos de cómo la formación de la mujer sostiene, educa y dirige a este mundo independientemente de cual sea su ámbito de responsabilidades. El ama de casa, la maestra, la empresaria, la esposa, la madre, la funcionaria pública, la deportista, la religiosa, la trabajadora social, la empleada, la hija, la abuela, la comunicadora, la enfermera, la profesionista; cada una de ellas, siempre con el toque femenino, lleva a cabo una misión que permite a la humanidad seguir adelante a pesar de tantos problemas. Pero lo mejor de todo es que aún con la suma de nuevos retos a través de las épocas, al no perder su esencia femenina, la mujer ha logrado perfeccionar su belleza.
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