Dolly: La vida es injusta

Publicado el 25 de Julio de 2008
¿Por qué la vida es tan injusta? Se preguntaba Mari una y otra vez. Había escuchado el nombre años atrás y por eso no le prestó atención a los periódicos y medios electrónicos. Cuando empezaron hace algunos días a hablar de Dolly ella recordaba vagamente la historia de una oveja clonada en los años noventa como una premonición de lo que podríamos atestiguar en el campo científico durante el siglo XXI. Desgraciadamente esta vez las noticias no relataban los avances de la ciencia sino los alcances de los fenómenos meteorológicos, una vez más por encima del conocimiento humano en abono a las teologías religiosas.

Para cuando tuvo conciencia de la amenaza que se cernía sobre ella y su familia ya era demasiado tarde, recordó haber escuchado alguna vez que la ignorancia de la ley no exime de su cumplimiento, seguramente, pensó tristemente ahora, menos puede alguien escapar de las implacables leyes de la naturaleza. No supo a quien culpar. ¿Podría culpar por esto al gobernador de Coahuila por ser el lugar dónde ella residía? ¿Sería responsable de su tragedia Felipe Calderón por ser el Presidente de su país? ¿Ó, en un rasgo mexicanísimo la responsabilidad caería sobre nuestros primos del norte? Cualquier cosa, menos aceptar que no hay mas ciego que aquel que no quiere ver las cosas y que en un mundo pleno de comunicaciones tuvo en sus manos la posibilidad de prever la situación.

Primero les dijeron que tendrían que desalojar los improvisados techos de lona que los cubrían. Pese a las insistencias de su marido, y ante la mirada triste de sus hijos Mari decidió esperar hasta el último momento posible. Pensaba que su labor como madre en ese momento era hacer a sus hijos sentir que todo estaba bajo control. Solo cuando vio que las autoridades patrullaban el área advirtiendo de los riesgos que se corrían por estar tan cerca del agua se resignó a tomar sus pertenencias y salir de ahí hacia un lugar más seguro. Mascullaba lamentos por no tener las posibilidades de mucha gente que estaría a miles de kilómetros de ahí disfrutando sus vacaciones en alguna playa bajo el radiante sol del océano pacífico ó en algún exótico lugar al otro lado del mundo. No cabe duda, repetía una y otra vez, la vida no es justa.

Horas después las autoridades explicaban la conveniencia de evacuar aquella parte de la ciudad como una medida preventiva a fin de no correr riesgo alguno. Después de una pequeña discusión, tuvo que reconocer que los argumentos de su esposo estaban más cargados de prudencia a diferencia de los suyos que estaban dominados por la emoción y accedió a mover de aquel sitio a su familia. Durante el desalojo, se vio reflejada en el rostro de cientos de madres y padres cuya vista se perdía en el horizonte como buscando una respuesta que sabrían no llegaría. Le dolía saber que el esfuerzo que como familia habían hecho quedaría sepultado bajo las aguas de un huracán que no sabía de sacrificios, solo de destrucción.

Después de un rato de camino en silencio, finalmente su marido empezó la conversación. ¿Y como estará todo en casa? Le preguntó. Espero que en nuestra ciudad las personas que viven en hacinamientos irregulares no estén pasando problemas por la crecida de los arroyos.

Entonces, finalmente Mari tomó conciencia del mundo y por primera vez la pregunta que se venía haciendo le caló en lo mas profundo de su ser: ¿Porqué la vida es tan injusta?

Y dejaron atrás la Isla del Padre para enfilar hacía San Antonio.
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