Brexit y el mundo feliz


Publicado el 03 de Julio de 2016 en 360 domingo, de Vanguardia





“cuando el individuo siente, la sociedad se resiente”.  Aldous Huxley



        Para estos días ya todos estamos familiarizados con el término. No era el atractivo nombre de un afamado caballo buscando una triple corona en el este de los Estados Unidos, ni era el principio activo de una nueva medicina que cure el cáncer, que baje la gripa o que levante la impotencia; no hacía referencia a un concurrido table dance de moderna y desvelada metrópoli como tampoco era la denominación comercial de alguna marca dónde habría de aparecer la letra equis, como lo exigen los cánones que mandan en los mercados, en la comunicación y en la psicología del consumo.


    No, ahora sabemos que Brexit es la contracción o acrónimo en inglés que enuncia el voluntario abandono del Reino Unido en todo lo concerniente a la unión europea. Y los argentinos no saben si seguir llorando el penal fallado por Messi o celebrar lo que parecería un paso hacia atrás de su históricamente, aborrecido e imaginario enemigo; los gringos dudan si respaldar moralmente la decisión de su hermano mayor-menor ante la ignorancia de pisar un inédito escenario que ni siquiera podrían haber imaginado o previsto los Lincoln, Washington, Rockefeller o demás vacas sagradas de la religión norteamericana. Y en México, pues bueno, no tardamos en decir que es una cortina de humo para tapar la cloaca que nos cargamos, así sea que el humo no disimula el olor.


      Mientras, dándole vueltas a las páginas escritas por Aldous Huxley que a veces parece más certero que Juan el de las revelaciones o Nostradamus el de las interpretaciones, percibe uno en el individualismo el porqué de un pueblo que elige desde una decisión personal, separar su destino en lo comunal, como aislado ha estado siempre su territorio, de sus todavía aliados en ciertas políticas económicas, en política exterior y en otras formas de cooperación multinacional. Porque ciertamente y como lo planteó hace tanto tiempo Huxley en su crítica hacia un futuro, con un gobierno mundial centralizado, una ciudadanía global, una sociedad consumista, un liberalismo sexual sin una base de amor y una sumisión, omisión o negación de las corrientes religiosas y/o filosóficas, ser ciudadano del mundo feliz pudiera no ser lo que parece.


      Y es que, las bondades a largo plazo que platican las teorías de las economías de mercado para el bien común en base a la productividad y la propiedad privada, chocan con la realidad inmediatista de las políticas de consumismo irracional en beneficio de los dueños de las canicas, de aquellos que hacen girar al mundo en base al hedonismo y la masificación del mismo. Y por eso en Alemania abren sus fronteras a todas las nacionalidades desde una política propagandística de su pensamiento, para que sus firmas puedan seguir colonizando mercados y facturando aberraciones llenas de dígitos, y por eso los norteamericanos reciben gente de todos colores para sostener un país que en el paralelismo a lo individual, si deja de consumir es más grave que si deja de respirar, y por eso españoles e italianos ya no saben dónde meter la cabeza, porque luego de alimentar con comida chatarra al gran monstruo del consumo, la naturaleza dicta que habrá que limpiar lo que este ensucie, descargue, evacúe, defeque o…. cague.


     De ahí que los británicos e irlandeses, una vez más y pese a lo que muchos se piensan que es un error, vuelven a ser pioneros en dar el viraje cuando las cosas caducan, se tuercen, se envician o simplemente fracasan. La naturaleza del hombre no da para ser encuadrado en sistemas universales de control, y el individuo del Reino Unido ya se lo dijo a sus gobiernos. La propiedad privada, el arte, el pensamiento libre, el amor y la necesidad de creer en algo más grande, son cosas inherentes a la condición humana, así como el nacionalismo o sentido de pertenencia a una nación, a un pueblo o a una raza también lo son; ir en contra de eso o pretender que se puede convivir armónicamente sin diferencias, es una utopía que muy bien concluyó y desbarató Huxley en su distópica obra, es ir en contra de la naturaleza.


      Para ahondar en las repercusiones económicas que mundialmente traerá el Brexit ya hay miles de expertos en su verborrea, mismos que en su tiempo habrán aplaudido la formación, formalización y trabajos de la unión europea como un importante paso de la humanidad hacia una nueva era, una nueva y globalizada civilización como nunca antes en la historia del mundo.


     Para los demás, nos queda preguntarnos si los británicos están evolucionando hacia un mejor mundo, cuando son los primeros en enmendar los pasos de sus gobiernos desde la naturaleza humana a través de un voto ciudadano, y no desde el inmediato interés económico de una nación.


     “No hay civilización sin estabilidad social, y no hay estabilidad social sin estabilidad emocional”, se lee en alguna parte de Un Mundo Feliz. Y si, primero, la estabilidad emocional del individuo, después, la estabilidad social, y entonces sí: una nueva civilización donde siete mil millones de personas encuentren no las coincidencias superficiales entre sí, sino las respuestas trascendentales dentro de sí.     



     

     

    

    

     

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