¿Todos somos Orlando?


Publicado el 19 de junio de 2016 en 360 domingo, de Vanguardia




        Con solo un poco de apertura de tu parte, estoy seguro que nos vamos a entender muy bien hacia el final de esta columna; pero ten paciencia en tu lectura. Primero que nada, dejemos de hacerles caso, de darles crédito y de hacer eco a las palabras de quienes, desde un supuesto bagaje científico, descalifican a priori las (también inciertas) palabras de algunas voces religiosas al tocar temas de diversidad sexual.
     Estos propagadores de la verdad científica saben vender muy bien una imagen de instruidos y liberales al tiempo que omiten planteamientos que la misma ciencia ha sugerido: muy poca gente nace con una tendencia homosexual por naturaleza; el hombre atrapado en cuerpo de mujer o la mujer que nació con un cuerpo de hombre, son casos rarísimos en los que, por alguna alteración hormonal o genética, el desarrollo físico del feto no se correspondió con los cromosomas del embrión. Hasta ahí es una cuestión científica, le compete a la ciencia médica.


       Pero luego vienen los gustos adquiridos de cada quien, el medio ambiente en el que se crece y se vive, los usos y costumbres, la experimentación y hasta las modas; todo eso es una cuestión social; y eso si es algo que nos compete a todos. Pero es claro que ahí también debemos observar todo el respeto de Iglesias, sociedad y gobierno, para aquellos hombres y mujeres que hayan decidido ser socialmente gay o lesbiana, ya sea por pertenecer a ese minúsculo porcentaje de quienes fueron orillados a eso por haber nacido en un cuerpo diferente, o por una libre y propia elección que hace justicia a la máxima prerrogativa del ser humano: el libre albedrío.


      Y no habrá sacerdote, científico o gobernante que pueda refutar el derecho del ser humano para hacer con su cuerpo lo que le venga en gana: hay quienes lo llenamos de alcohol, otros de cirugías, algunos de drogas controladas, otros de drogas ilegales, unos más de comida chatarra, de tatuajes, de joyas, de cicatrices y hasta de orificios. Nada de eso es natural y la sociedad, las religiones y los gobiernos no hacen mayor escándalo por ello.


     De ahí que todos somos iguales. Por supuesto que dentro de esa igualdad surgen ramas que nos llevarían a discusiones que dejaremos para posteriores ocasiones: ¿En cuál punto del alcoholismo, la dependencia a los fármacos, la holgazanería o la promiscuidad, empieza a perder el hombre ciertos derechos para no perjudicar a terceros? (léase adopción).  Pero ese es otro boleto, de otro tren, y de otro viaje que hoy no vamos a abordar.


     Entonces, partiendo del principio de que todos somos iguales en primera instancia y que lo que nos diferencía dentro de una sociedad son las elecciones que vamos tomando durante el transcurso de nuestras vidas más allá que la propia naturaleza, tenemos que ser discriminado, señalado o calificado por nuestro estilo de vida, termina por ser una cuestión de porcentajes sociales y no una cosa de principios morales, éticos o religiosos. Porque ahí tenemos que nadie califica de alcohólicos a quienes fueron asesinados hace días en un bar de la ciudad de Orlando. Y es que, si estaban en un bar, en otro tiempo y espacio habrían sido calificados de borrachos.


      Nada hace más daño a una sociedad que los calificativos denostativos que hoy hemos dado en emplear cuando, al acompañarlos de otro adjetivo, ciertos términos han dejado de ser entendidos por el colectivo como discriminatorios: ciudadano negro, gente latina, presidente mujer, bar gay… Tendríamos que entender que en ciertas ocasiones, cuando utilizamos junto a otro vocablo las palabras negro, latino, mujer o gay, estamos siendo redundantes o demasiado específicos, y entonces, pretendiendo parecer incluyentes, dejamos ver cuán discriminatorios somos en realidad.


      La masacre que un estúpido hombre hizo en ese bar de la Florida, dejó rápidamente de ser excusa de reflexión sobre lo que como raza humana y sociedad mundial estamos haciendo tan mal para presenciar continuamente atrocidades inexplicables; y entonces pasó de ser esa oportunidad de redención social para ser un intercambio de acusaciones, descalificaciones e intolerancias. Por un lado, quienes en su gran ignorancia no han entendido que, de existir un dios, este habría regalado a su criatura predilecta el don de poder elegir su estilo de vida sin menoscabo de la dignidad humana, y por otro lado, quienes desde su cómoda postura de eternas víctimas sociales, caen en las mismas faltas que señalan cuando piensan que la Iglesia es una persona, siendo que la Iglesia es un todo, y así como no todos los gays son promiscuos, tampoco todos los miembros de la Iglesia son intolerantes.


       El día que sin necesidad gramatical, dejemos de anteponer o seguir de otras palabras los términos gay, cristiano, católico, prole, persignado, júnior, santurrón, coreano, negro, gordo y mocho, ese día daremos muestras de eliminar los prejuicios, ese día daremos importantes pasos en contra de la discriminación. Ese día entonces sí, seremos todos Orlando. 


cesarelizondov@gmail.com

  



   

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