Las Gallinas de los huevos de oro

Publicado el 12 de Diciembre de 2008

Esta variación de la fábula atribuida a Esopo trata de un gallinero completo en el que cada ave producía valiosos huevos de oro, pero en este caso no existió conspiración ajena fruto de la avaricia, ya que fueron las mismas gallinas quienes se pusieron en peligro de muerte:

Aquella granja iba viento en popa, cada gallina ponía diariamente su cuota de huevos de oro, los cuales eran el motor con el que todo se podía conseguir. Las gallinas no eran estúpidas, así que no solo proveían a los granjeros y demás animales de riquezas, ellas mismas obtenían grandes beneficios de su producción. Todo marchó bien durante un buen tiempo, hasta que aquellas gallinas se preguntaron si podrían ir en contra de lo ortodoxo y poner más huevos de los que la madre naturaleza les permitía.

Supusieron (y acertaron) que nadie dentro de la granja se opondría a que pusieran más huevos de oro, así que emprendieron todo tipo de acciones para alcanzar sus objetivos. Utilizaron fertilizantes, se prostituyeron, se dieron la oportunidad de convivir no solo con gallos enfermos y moribundos, sino con toda clase de animales sin importar su origen, organizaron orgías en las que todo era diversión y despilfarro con una finalidad aparente: Producir más huevos de oro.

En un principio parecía que podrían vencer a la naturaleza, pero tiempo después sobrevino lo que nadie quería escuchar: El ritmo y tipo de vida de las gallinas las llevaba irremediablemente a la muerte por enfermedades venéreas. Nadie quería que murieran, unos pocos por razones sentimentales pero la inmensa mayoría porque ya no sabría como conseguir los huevos de oro.

Los debates no se hicieron esperar, aunque nadie lo aceptaba todos tenían su porción de fundamentalistas. Por un lado unos señalaban con dedo de fuego los pecados de las gallinas y las condenaban a despedirse de este mundo para irse directamente hasta el infierno, omitiendo, eso sí, el hecho de que durante tanto tiempo ellos mismos se habían beneficiado de los huevos de oro. Por otro lado, había grupos que desde una posición paternalista le pedían al granjero su intervención para que hiciera lo necesario para que las gallinas fueran atendidas por los mejores veterinarios en los mejores hospitales, costase lo que costase.

El granjero sopesó un poco la situación. Comprometer el futuro por la salud de unas aves moribundas no era lo que su sentido común le dictaba. El poco dinero que tenía debía ser utilizado en beneficio de todos los animales de la granja, no solo en revivir a unas estúpidas y degeneradas gallinas. Pero al ver como se marchitaban las plantas del huerto por falta de agua y al ver que los animalitos más pequeños empezaban a morir de hambre, el viejo granjero estuvo ante la más grande encrucijada de su vida: Utilizar sus escasos recursos para mantener una granja en franco declive sin comprometerse con nada, alargando el fatídico liberalismo que privó en su granja, ó utilizar sus líneas de crédito para revivir a sus gallinas con la esperanza de que aprendieran la lección junto a los demás animales de la granja, dentro también de un liberalismo responsable.

Esta historia se repitió en épocas y lugares distintos. La primera vez que la vimos fue en Enero de 1995 después del error de Diciembre en México, con Ernesto Zedillo en el papel del granjero y Bill Clinton haciendo las veces de médico veterinario poniendo una vacuna llamada Fobaproa a la gallinas, y sigue la granja andando. La segunda vez la estamos viendo ahora con Barack Obama y George Bush como los granjeros, el tesoro estadounidense como el veterinario, las gallinas siguen siendo las empresas transnacionales. Y los demás animalitos, adivinó usted, somos los que estamos a merced de ellos.

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