Tradiciones y Realidades

Publicado el 03 de Noviembre de 2007

“No pienso acompañar a mi madre y a mis hermanos esta noche para salir a pedir dulces casa por casa”, fue la sentencia del mayor de mis hijos el pasado Miércoles con motivo la llamada noche de brujas. Como padre de este tiempo, empecé un proceso de análisis del comportamiento para entender el porque de una postura en una persona que hace un año hubiese esperado el momento descontando los días del calendario con semanas de anticipación. ¿Sería esa preadolescencia de la que tanto hablan hoy y con la que tratamos de ocultar las deficiencias que tenemos como familias?, ¿Sería que con tantas actividades extracurriculares que hoy cargamos a nuestros hijos en un afán de hacerlos “competentes” ya no le quedarán fuerzas para ser niño?, ¿Sería que tuvo conciencia de lo terribles que son los dulces para su metabolismo, aún cuando sus padres disfrutaron de todo eso durante la niñez y mantienen un estado de salud aceptable?. Después de una larga plática con una sesión de preguntas y respuestas con aparente independencia del tema, la verdad salió a la luz: Como estudiante en una escuela católica y visitante regular a los oficios religiosos, había recibido toda la información negativa que existe sobre un festejo que hoy en día nada tiene que ver con Satanás y todo tiene que ver con el comercio.

Respetamos la decisión de nuestro hijo en la cuestión de usar un disfraz, pero su madre insistió en que la acompañara a casa de una familia amiga de donde saldrían los niños a pedir sus golosinas. Aceptó bajo la condición de que él se quedaría dentro de la casa a esperar que sus hermanos volvieran de su recorrido. Una vez que estuvieron todos los que saldrían en grupo, y con una pequeña insistencia de uno de sus amigos, mi hijo se despojó de cualquier prejuicio religioso y se dejo llevar por su realidad: La niñez.

Cuando llegue a casa y me enteré del cambio de planes, decidí volver a platicar con mi hijo para saber si el hecho de haber disfrutado de una tradición pagana y extranjera había perjudicado sus valores religiosos ó su sentido del nacionalismo; por supuesto, sus percepciones del bien y del mal, de las tradiciones mexicanas y demás figuras que se suponen agredidas por la celebración del 31 de Octubre, no fueron afectadas por haber participado en algo que fue hábilmente tejido a través de los años con una sola finalidad, repito, comercial.

Reflexionando sobre lo acontecido, caigo en la conclusión de que para una persona, la primera noción de lo que es una tradición son las experiencias vividas, no lo que se nos quiera inculcar por cuestiones religiosas ó nacionalistas, por muy añejas que esas prácticas sean. Por lo tanto, esos fundamentalistas que atacan lo que no comparten deben replantear sus estrategias para enfocar sus esfuerzos en fortalecer sus propuestas más que en debilitar las ajenas. Debemos aprender a tolerar lo que recibimos de otras culturas en una sana combinación de lo nuestro con lo extraño ya que es un hecho que muchas costumbres y tradiciones han quedado rebasadas por usanzas que si bien es cierto nacieron de oscuros ritos, hoy solo representan un pretexto más para que nuestros hijos experimenten la magia de ser niños.

De la misma manera en que no gana uno el cielo por el simple hecho de ir a misa, tampoco lo pierde por salir a pedir dulces, pero si se gana en vivencias e intercambio social, lo que es más benéfico que estar frente a un televisor, una computadora ó una imagen religiosa.
8444104775@prodigy.net.mx

No hay comentarios.: